Pragmatismo y Utilitarismo

por Alexsandro M. Medeiros

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publicado en: jan. 2021

          El pragmatismo deriva de la palabra pragma, que en griego significa acción y luego práctica, se originó entre los pensadores norteamericanos como explicación del valor que la burguesía da al lucro y al bienestar que brindan los bienes materiales. Charles Sanders Peirce (1854-1914) fue considerado el creador del pragmatismo y William James (1842-1910) y John Dewey (1859-1952) fueron sus principales representantes (PASSOS, 2004).

           Según Vásquez (2003, p. 288 – traducción nuestra), esta doctrina tiene como peculiaridad la identificación de la verdad con la utilidad, en el sentido de que ve lo útil como el único camino hacia la verdad.

En el campo de la ética, decir que algo es bueno es decir que efectivamente conduce a la consecución de un fin, que conduce al éxito. En consecuencia, los valores, principios y normas se vacían de contenido objetivo, y el valor del bien, considerado como aquello que ayuda al individuo en su actividad práctica, varía según cada situación.

           En relación a la moral, algo se puede considerar bueno si logra los objetivos propuestos, por lo que no existen valores absolutos en el sentido de que lo bueno o malo es relativo y puede variar en diferentes situaciones.

            Para Vásquez (2003, p. 288 – traducción nuestra), la reducción del comportamiento moral a acciones que proveen el éxito personal hace del pragmatismo una versión utilitaria caracterizada por el interés individual y que “a su vez, rechazando la existencia de valores o normas objetivos, se presenta como otra visión del subjetivismo y el irracionalismo”.

            El utilitarismo, en cambio, es una corriente de pensamiento en el campo de la ética y la política que tiene su origen en las ideas del pensador francés Claude-Adrien Helvétius (1715-1771) y del filósofo del Derecho inglés Jeremy Bentham (quien fue influenciado por Helvétius) y que tuvo como seguidor al filósofo y economista inglés John Stuart Mill. “Jeremy Bentham (1748-1832) y John Stuart Mill (1806-1873) son dos de los pensadores más notorios que sentaron las bases de lo que convencionalmente se llama utilitarismo en la ética” (FERRAZ, 2014, p. 220 – traducción nuestra). Y según Marcondes (2007, p. 116 – traducción nuestra), estos pensadores “[...] formularon el 'principio de utilidad' como criterio del valor moral de un acto”.

           En los cimientos de su estructura, el utilitarismo considera al individuo como la expresión de la utilidad, el placer, la felicidad o el deseo de realización. La ética utilitarista retoma el principio epicúreo: el deseo de felicidad y el escape del sufrimiento. Afirma que las acciones son buenas en la medida en que tienden a promover la felicidad y malas cuando producen sufrimiento.

           Bentham (1979, p. 69 – traducción nuestra) define la ética como el arte de realizar acciones humanas para generar felicidad para el mayor número posible de personas:

(...) II. - En un sentido amplio, la ética puede definirse como el arte de orientar las acciones del hombre hacia la producción de la mayor cantidad posible de felicidad en beneficio de aquellos cuyos intereses están en juego.

III. - ¿Cuáles son, sin embargo, las acciones que el hombre puede dirigir? Serán necesariamente sus propias acciones o las de otros agentes. La ética, como arte de dirigir las propias acciones del hombre, puede denominarse arte del autogobierno, es decir, ética privada.

            En efecto, “uno de los aspectos centrales del utilitarismo es que sostiene que las personas deben actuar de tal manera que promuevan, con sus acciones, la mayor felicidad para el mayor número de individuos” (FERRAZ, 2014, p. 220 – traducción nuestra).

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            Asimismo, para Stuart Mill, el legislador debe proponer leyes con el objetivo de producir la mayor felicidad (concebida como placer o la inexistencia del dolor) para el mayor número de personas.

La doctrina que acepta la utilidad o el Principio de la Mayor Felicidad como fundamento de la Moral, sostiene que las acciones son correctas en la medida en que tienden a promover la felicidad y lo incorrecto cuando tienden a producir lo opuesto a la felicidad. Por felicidad entendemos placer y ausencia de dolor, por infelicidad, dolor y privación de placer [...] el placer y la ausencia de dolor son las únicas cosas deseables como fines, y todas las cosas deseables (que son tan numerosas en el esquema utilitario como en cualquier otro) son deseables, ya sea por el placer que les es inherente, o como un medio para promover el placer y prevenir el dolor (MILL, 2000, p. 30 – traducción nuestra).

            Stuart Mill “[...] fue uno de los mayores defensores del utilitarismo en el siglo XIX. Fue el primero en utilizar realmente este término, buscando argumentar en contra de sus críticos, especialmente en su obra principal sobre ética, titulada precisamente Utilitarismo de 1863” (MARCONDES, 2007, p. 116 – traducción nuestra).

            Los principios de la doctrina utilitarista involucran todas las acciones humanas consideradas comunes en un intento de elevar al máximo nivel el grado de satisfacción, como afirman Arruda, Whitaker y Ramos (2003 p.36): “Según el principio de mayor felicidad, el fin último es una existencia libre de dolor y abundante en goces, en el mayor grado posible, tanto cuantitativa como cualitativamente”. La influencia del utilitarismo se extendió a lo largo del siglo XX y permanece “[...] como una de las principales corrientes contemporáneas en el campo de la ética, habiendo inspirado concepciones políticas como el ‘bienestar social’ y conceptos como ‘maximización del beneficio’” (MARCONDES, 2007, p. 117 – traducción nuestra).

         Por otro lado, Vásquez (2003, p. 171 – traducción nuestra) afirma que se pueden plantear una serie de cuestionamientos al principio distributivo del utilitarismo, señalando que, si el contenido de lo útil se identifica con la felicidad, el poder o la riqueza habrá una limitación en la distribución de estos bienes, dadas las imposiciones inherentes a la estructura económica y social de la propia sociedad.

 

Referências Bibliográficas

ARRUDA, M. C.; WHITAKER, M. C.; RAMOS, J.M. Fundamentos de Ética Empresarial e Econômica. 2.ed. São Paulo: Ed. Atlas, 2003.

BENTHAM, Jeremy. Uma Introdução aos Princípios da Moral e da Legislação. 2. ed. São Paulo: Abril Cultural, 1979. (Coleção Os Pensadores).

FERRAZ, Carlos Adriano. Elementos de ética. Pelotas: NEPFil online, 2014. Acessado em 18/03/2016.

MARCONDES, Danilo. Textos básicos de ética. De Platão à Foucault. Rio de Janeiro: Zahar Editores, 2007.

MILL, John Stuart. Utilitarismo. São Paulo: Martins Fontes, 2000.

PASSOS, Elizete. Ética nas Organizações. São Paulo: Atlas, 2004.

VÁSQUEZ, Adolfo Sanchez. Ética. 24. ed. Rio de Janeiro: Civilização Brasileira, 2003.

 

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